Mulá Nasrudín compró un skrugëlh a un mercader por seis monedas. Siempre había querido tener un skrugëlh y no desaprovechó la ocasión de obtener uno a tan buen precio. En la ciudad un skrugëlh no costaba menos de diez monedas. El que compró Nasrudín era un skrugëlh de los grandes, más grande incluso que los skrugëlhs del Norte y por supuesto mucho más grande que los skrugëlhs del Sur.
En el camino a su casa fue pensando lo que haría con aquel skrugëlh. Se le ocurrían tantas cosas que no podía poner orden a tanta actividad.
-Haremos grandes cosas juntos- Le decía Nasrudín a su skrugëlh, mientras lo acariciaba con suma ternura.
Al llegar a casa, quitó todos los objetos de encima de la mesa, la cubrió con un limpio mantel y puso el skrugëlh justo en el centro, donde lo estuvo observando durante más de una hora.
Finalmente decidió no hacer nada con su skrugëlh hasta después de cenar, cuando tuviera las ideas bien claras. Acarició una vez más a su skrugëlh y marchó a varear los olivos.
Cuando la mujer de Nasrudín entro en la estancia y vio aquella enorme mierda de vaca encima de la mesa se quedó estupefacta. Con un palo y extrema repugnancia cogió aquel mojón y lo tiró al río.
En el camino a su casa fue pensando lo que haría con aquel skrugëlh. Se le ocurrían tantas cosas que no podía poner orden a tanta actividad.
-Haremos grandes cosas juntos- Le decía Nasrudín a su skrugëlh, mientras lo acariciaba con suma ternura.
Al llegar a casa, quitó todos los objetos de encima de la mesa, la cubrió con un limpio mantel y puso el skrugëlh justo en el centro, donde lo estuvo observando durante más de una hora.
Finalmente decidió no hacer nada con su skrugëlh hasta después de cenar, cuando tuviera las ideas bien claras. Acarició una vez más a su skrugëlh y marchó a varear los olivos.
Cuando la mujer de Nasrudín entro en la estancia y vio aquella enorme mierda de vaca encima de la mesa se quedó estupefacta. Con un palo y extrema repugnancia cogió aquel mojón y lo tiró al río.