05 noviembre, 2009

Casos reales. SMP.

Hace un par de sábados llamó a mi puerta un nutrido grupo de agentes de la Policía Nacional. Temiendo que algún vecino resentido se hubiera chivado de la pequeña plantación de marihuana que tengo en la terraza, salté por la ventana trasera yendo a caer sobre el contenedor de basura orgánica, donde quedé sumergido en un lodazal de tarta de berenjenas y otros desechos putrescibles provenientes, sin duda, del restaurante macrobiótico de la esquina.
Afortunadamente el motivo de la visita de los agentes del orden era otro.
Acompañaban a Samuel Martínez Padilla (SMP) un hombre de estructura recia, tez morena y camisa de fuerza, con la esperanza de que les echara una mano en el caso que les ocupaba.
SMP padecía de síndrome de múltiple personalidad, (SMP) o síndrome multipolar (SMP) o síndrome muy pesado (SMP) Dicho síndrome, el SMP, le hacia adoptar diferentes personalidades:
Los lunes creía que era Gengis Kan, los martes la Dama de las Camelias, los miércoles la carpeta de Documents and Settings, los jueves era el Doctor Boskonovitch de Tekken 3, edición de luxe, los viernes George Bailey de ¡Qué bello es vivir! y los fines de semana se creía Emiliano Zapata.
Acostumbraba a llevarlo bastante bien, excepto aquel sábado que fue detenido por la policía por exigir violentamente al presidente de su escalera una reforma agraria radical, amenazando con romper lo acordado en el Tratado de Ciudad Juárez.
No era la primera vez que trataba un SMP. Es decir, sí que era la primera vez que trataba a SMP pero no la primera vez que trataba a un SMP
El caso se presentaba apasionate, todo un reto para mis capacidades psicomágicas. Como muchos de mis seguidores ya conocen, suelo resolverlo todo haciendo que el paciente se introduzca cosas por el recto o la vagina pero, no sé si por mis ansias innovadoras o por el ligero aturdimiento que me provocaba el pestazo a gas berenjena, decidí cambiar el procedimiento habitual.
Una vez leí que algunas tribus del Orinoco curaban cierto tipo de SMP (Sunok mac potak, en yanomami) practicando un orificio en el cráneo para dejar salir al mal espíritu. También leí que las personas a las que se les aplicaba este tratamiento morían en el acto, pero supuse que se debía a las precarias condiciones sanitarias de las orillas del Orinoco.
Como no disponía de un hacha de silex para hacerlo por el método tradicional yanomami, tuve que contentarme con mi Black & Decker cargada con una broca de videa del 18, por supuesto en modo percutor. Fijé con firmeza la cabeza de SMP en el tornillo y SMP (sin más preámbulos) inicié el proceso sanador.
Para evitar detalles escabrosos resumiré la escena diciendo que por un agujero de 18 milímetros pueden salir muchos malos espíritus pero también una buena parte de la masa encefálica.
A pesar de este pequeño contratiempo puede decirse que la intervención fue todo un éxito a casi todos los niveles. Si bien SMP ha perdido gran parte de sus capacidades psicomotrices debemos felicitarnos por haber conseguido eliminar todas sus personalidades erróneas, quedando resumidas en una: la de una lombriz.