Una lejana y fría mañana de diciembre de 1984, estaba yo pensando si en un título podía usarse dos veces la palabra caso, cuando llamó a mi puerta Gladis J. B. Miller. Gladis era una mujer pequeña, de aspecto enfermizo, que me expuso su problema con ciertas dificultades. Parecía ser que desde hacía unos días Gladis sentía escalofríos, dolores de cabeza y musculares, tos, mareo, dolor de garganta y moqueo nasal.
Si bien al principio los síntomas me dejaron confuso enseguida pude reaccionar y, después de administrarle un preparado a base de bayas de saúco, le aconsejé que se fuera a tomar por culo y que la próxima vez que tuviera gripe que se fuera al médico del seguro, que lo mío era para problemas de la psique o como mucho para solucionar algún problema relacionado con la galvanotecnia.
Hombre ya.
Si bien al principio los síntomas me dejaron confuso enseguida pude reaccionar y, después de administrarle un preparado a base de bayas de saúco, le aconsejé que se fuera a tomar por culo y que la próxima vez que tuviera gripe que se fuera al médico del seguro, que lo mío era para problemas de la psique o como mucho para solucionar algún problema relacionado con la galvanotecnia.
Hombre ya.