20 febrero, 2007

La increíble historia de Hóckity, Póckity y Orejitas.

-Esperadme – gritó Hóckity, que apenas podía andar. Tenía su pancita repleta de los deliciosos bollos de jengibre que Mamá Conejo les había puesto para el desayuno.

-Apúrate o llegaremos tarde- le contestó Póckity mientras limpiaba su nariz con las patitas delanteras. – No debemos entretenernos si queremos matar al zorro.

-Espera, espera, ¿matar al zorro? ¡No puedes meter eso ahí!
-¿Por qué no? Ese zorro era un hijo de puta, la semana pasada devoró a la familia Running, los hurones de la colina.
-Pero se va completamente del ambiente bucólico de la historia.
-Está bien, sigo:

-No debemos entretenernos si queremos llegar a la charca antes de mediodía.- intervino Orejitas dando manotazos a una mariposa que revoloteaba a su alrededor.
En la charca de Happy Splashes solían reunirse para jugar muchos animalitos del bosque. Allí estarían Puffy, la rana; Roony, el erizo; los hermanos tritón, Samuel y Jeremías y también Michael, el lagarto que padecía esa enfermedad venerea que le hacía estar rascándose los huevos constantemente.

- ¡Y vuelta!
- Vale, vale, ya lo quito.

-¡Al agua patos! – gritó Orejitas, zambulléndose en la charca.
-No te alejes de la orilla, recuerda lo que nos dijo mamá.- alertó Hóckity.
-Pero yo sé nadar muy bien ¡mírame, mírame! – chapoteaba Orejitas.
Mientras, en la orilla contraria, Robin, el pelirrojo niño de los Sullivan observaba atónito aquella divertida escena con sus vivarachos ojos verdes.
-He de matar a ese puto conejo de mierda- dijo para si, apuntando a Orejitas con su rifle.

-¡Ya estamos otra vez!
-¡Pero no le dolerá!
-No importa, Orejitas no puede morir. Nadie debe morir en “La increíble historia de Hóckity, Póckity y Orejitas”.

-¡Qué conejo tan lindo! – dijo para si – quizás quiera jugar conmigo. Y, acercándose a él, gritó:
-¡Eh, conejillos! ¿ Puedo jugar con vosotros? Tengo dexidrinas...
-No.
-Vestidos de colegialas rebeldes...
-No.
-Un extenso surtido de armas blancas...
-No.
-Sabrosas zanahorias.
-Sigue.

Hóckity, Póckity y Orejitas se quedaron paralizados de terror. Mamá Conejo les había explicado como los humanos cocinaban a los conejos y luego se los comían. Desde luego que ellos no querían acabar en la cazuela. Apretaron a correr patitas para que os quiero y en menos de un minuto se encontraron tras la falda de Mamá Conejo.

Y paso mucho, mucho tiempo hasta que Hóckity, Póckity y Orejitas volvieron a bañarse en Happy Splashes.

-¿Ya está? Pero si no ha pasado nada.
-Y yo que quieres que te diga.