Cuando Antonio S. acudió a mi, padecía de alopecia paranoide en el paladar. Le dije que me hablara de su madre y pronto averigüé el origen del problema.
Su madre trabajaba de trenzadora de cable coaxial en una pequeña empresa a las afueras de Sant Joan de les Abadesses. Antonio cada tarde solía llevarle la merienda consistente en grandes porciones de grasa de arce. En una ocasión que se entretuvo observando el caprichoso vuelo de los estorninos, llegó dos días más tarde y se encontró con que su madre había devorado a varios de sus compañeros de trabajo. Aquel suceso le sobrecogió de tal manera que en pocos días perdió todo el pelo de su paladar.
Tras consultarlo con mi gabinete (mi cuñado y un colega que a veces viene a beber cerveza al bar El Pulpo) le dije lo que tenía que hacer.
-Acude trece noches seguidas a la representación de Don Juan Tenorio. No vayas doce veces ni vayas catorce veces. Ve trece.
Durante la treceava representación, en el momento que Don Juan comienza su monólogo diciendo: “¡Cuán gritan esos malditos! Pero mal rayo me parta si en terminando esta carta no pagan caros sus gritos”, justo en ese momento debes proferir amargos sollozos hasta que interrumpan la obra. Cuando los que estén a tu alrededor se interesen por tu llanto mira a un punto determinado del techo y grita: ¡Ahí, ahí están! Ahí están Laurel y Oliver Hardy... Cuando te expulsen del local estarás curado.-
Antonio cumplió el ritual religiosamente y no se curó, pero al cabo de unos años, al salir de prisión, se enteró de que nadie tiene pelo en el paladar.
27 octubre, 2006
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